Todo remite a otra cosa. Estoy hecha de recuerdos. Soy ya más memoria que
presente. Debe ser eso, la vejez: todo es reconocido; nada se ofrece puro.
Cualquier impresión apela a otra, anterior, que se activa con tal fuerza que la
actual se convierte en simple soporte del recuerdo.
Así
también mi vida, en dos tiempos superpuestos, el antes y el ahora, el ahora con
su sombra y su resonancia, sus ecos. ¿Cómo dar un paso, en esta ciudad, sin que
algo resuene en la memoria? ¿Cómo leer el nombre de una calle sin oírlo
pronunciar dentro de mí con el acento de una voz que no es la mía? ¿Cómo ver sin
volver a ver? ¿Cómo caminar con mis pasos, ahora
Los lugares duermen durante nuestra ausencia, se inmovilizan. Los
hallamos tal y como los dejamos y hay que atraerlos despacio hacia el ahora que
somos, que hemos venido siendo mientras tanto. Es extraño encontrarse con la
huella del gesto que hicimos entonces: en el bolígrafo que posamos en la mesa,
la carta que dejamos sin abrir o el rastro de un objeto que desplazamos. Gestos
que no tuvieron continuidad porque nos llevamos las manos a otro lugar y allí se
entregaron a otros movimientos. Es extraño ver cómo ahora estas mismas manos
recogen el bolígrafo, abren la carta y levantan los objetos con temor a que algo
de aquello pudiera quebrárseles entre los dedos.
No obstante, el ahora está hecho del antes. Volvemos a plegar en los
mismos pliegues, y no basta recordar para alisar el tejido. A menudo, las hebras
se cansan de tanto plegar. A veces, incluso, se rompen. El tejido, entonces,
cede. Se vino abajo, decimos, en esos casos.
Cuando vuelvo al ahora, mi
escritura se endereza, como si la inclinación determinase el movimiento de la
ida, o el de la vuelta, es lo mismo, el de una fuga, siempre. Recta, en cambio,
la atención se detiene y equilibra, ¿qué es lo que equilibra? No lo sé. Tal vez
el ahora sea simplemente cuestión de equilibrio. El de la mente, atrás y
adelante, adelante y atrás, el yo queriendo afianzarse. El yo se afianza en la
doblez. Ha de poder reconocerse. Por eso vuelve atrás. Para decirse. Y se
proyecta hacia adelante por lo mismo. La identidad del yo se forja con el doble.
domingo, 28 de octubre de 2012
Chantal Maillard
Suscribirse a:
Entradas (Atom)