miércoles, 2 de junio de 2010

Para contar la historia de Doña Guillermina Anaya tendríamos que redefinir la historia de la mujer que en sí misma es otra y muchas, dueña de toda sensación que la rodea, mujer necesaria y refutada por los otros que encamina, ama y desmerita logros y cariños. Doña Guillermina Anaya acumula vivencias, sabe poner altares, tapetes y espinas. Sabe rezar y deletrear dolores ajenos, cuando murió su madre, Jesusita García, a la edad de 86 años, en el lecho de muerte, no la dejaba ir. Gritaba cada que su madre intentaba dar su último suspiro. No había llanto, sólo un imperativo: ¡Mamacita, usted todavía no se va!, asumiendo que se la llevaría la muerte o Dios cuando ella así lo decidiera. Tener la certeza de controlar y ser dueña de los suspiros de quienes nos rodean es una presunción que Doña Guillermina Anaya sabe y disfruta.

Cuando murió Jesusita García, yo tenía 10 años y recuerdo la imagen como si fuera de las pocas y únicas vivencias que marcaron mi infancia. Hay mujeres en la vida de otras mujeres que inician existencias, existencias que desbaratan y controlan, que encaminan y proyectan. Mujeres con la capacidad de delimitar emociones y monitorear cada acción incompetente ante ellas.

Esa noche de agosto, mientras Jesusita García se volvía un roble dentro de su alcoba, Doña Guillermina García preparaba atole de avena. Me ordenó avisar sobre la muerte de su madre. Salí, acompañada de mi hermana. Ambas guardábamos un asustado silencio, más que por nuestro primer acercamiento a la muerte, nos asustaba y preocupa Doña Guillermina, su dolor la haría distinta. Pensábamos en su dolor y en la falta de llanto; en lo que nos pasaría al regresar, pensábamos en el atole de avena, en las órdenes, en la muerte, en un cadáver de roble, en la calle de noche, en tragar saliva y dar la noticia. ¿Qué torbellino sería nuevamente Doña Guillermina después de haber perdido a su madre? Ninguna decía nada pero nos conocíamos tan bien desde entonces que sólo nos tomamos de la mano y acatamos las órdenes. Caminando llegamos a cada casa, en el orden que ella lo indicó, diciendo lo que exactamente pidió que se dijera. Siempre tuve la impresión de que si no seguía sus ordenes al pie de la letra, de alguna manera lo sabría. Ella sabía todo, lo suponía todo, lo adivinaba todo, así que seguí sus indicaciones de la mano de mi hermana.

Cuando la primera mujer de una casa se reconoce así misma como el único engranaje para que el tiempo siempre esté a su favor, toda sensación suele ir más aprisa pero se percibe desde dentro muy lentamente. Doña Guillermina siempre ha tenido prisa de llegar a ningún lado, va moldeando cada paso para que la próxima iniciación de tiempo sea para ella y para nadie más. Se quita la edad y envidia el proceder de la juventud y la belleza. Pensar en ella es como detener y al mismo tiempo adelantar el pasado. Su fortaleza es rústica y auténtica. No sucumbe ante ninguna opinión. Habita nuestros pensamientos y nos conflictua el afecto. Es madre de siete hijos y mujer arrepentida de no haber sido madre de alguien más. Han pasado los años y yo sigo viéndola hacia arriba. Ella aniquiló mi iniciativa y mi necesidad de demostrarle afecto desde los 6 años. Sólo una vez se supo enamorada, a los 14 años conoció a Noé, un chico de cabello rizado y ojos chinos. Sé esa historia de memoria, cuando la cuenta es como si por unos instantes el alma se le ablandara y acudiera a aquél pasado que tanto anhela y que al retornarla a la realidad, se redescubre miserable e inconforme; siempre piensa que pudo ser de otra forma, que merecía otra cosa, que todo en su vida fue circunstancial. Doña Guillermina nunca ha aceptado el hecho de que al decidir asumimos también la responsabilidad de una vida o muchas. No habla del futuro. El presente es lo único que atraviesa su visión y su intelecto. El pasado es presente en ella. Al rememorar se transporta. Se sustrae a un pasado que convierte en una sensación presente. Revive sueños, deseos, odios, envidias y corajes. Todo lo que vivió es también el ahora. El presente es su pasado inconcluso.

Para contar la historia de Doña Guillermina Anaya tendría que redefinirme y confesar que mi pasado me impide llamarla y sentirla mi Abuela.

1 comentario:

Anónimo dijo...

fuiste benevolente.
para contar la historia de doña guillermina anaya hay que perder todo sentido y perderse en el mito de la mujer que victimizó su camino y como dices puso tapetes de espinas. ay carnal que buen texto. todavía me lo saboreo.
gracias