sábado, 30 de octubre de 2010

Tengo dos noches y tres insomnios en los que he soñado a mi abuela. Siempre la misma historia.

¡Pellízcale una chiche! escuchó a lo lejos Catalina mientras una mujer la cacheteaba y dos la sujetaban con fuerza del cabello. Catalina tenía 17 años y estaba siendo golpeada por tres mujeres de su casa. Su suegra y sus dos cuñadas.

¡Pellízcale una chiche! volvió a escuchar Catalina, no lograba reconocer la voz ni de dónde provenía tal imperativo. ¡Pellízcale una chiche!
Y Catalina lo hizo. En ese momento sintió que pellizcaba a la vida, a la lucha misma. Pensó en su infancia aniquilada y sintió la fuerza del abandono en su maternidad premeditada.

Catalina supo que para vivir hay que pellizcar y si, a quien pellizcas, no logra sentir el pellizco, significa que ya ha muerto. Siente pena por él y aléjate.

Cuando Catalina Furiati tenía 60 años recordó la pelea y el pellizco como si estuviera sucediendo otra vez, idéntico. Fue en el momento en que una de sus cuñadas dejó frente a su puerta a la Sra. Concha León, su suegra.

¡Pellízcale una chiche! quiso decirle a su suegra. ¡Pellízcale una chiche a tu hija por abandonarte! Catalina cuido a su suegra hasta su muerte, desde entonces, nunca dejó de sentir esa sensación de pellizco en una chiche.

Catalina Furiati piensa que pellizcar es hacer sentir. Hacer sentir es que sepan que existes. Así es como se vive.

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