domingo, 26 de diciembre de 2010

IMRE KERTÉSZ

Sólo quiero decir, pues, que prestemos atención al zumbido del motor y que aprendamos a distinguirlo de los ruidos cósmicos del universo, leves y poco a poco ya apenas perceptibles, en que todos los lamentos y todos los gritos de júbilo de la tragedia humana ya parecen perderse sin eco alguno. La historia no ha llegado a su fin, al contrario: según sus tendencias, absorbe y aísla al ser humano más que nunca de su ámbito natural, del escenario universal de su destino, de sus fracasos y elevaciones y ofrece a cambio un olvido que a cada instante se extiende más y más, la amnesia total, la disolución completa en la totalidad de la historia, en el transcurso histórico temporal. Pone en juego todo el instrumentario de su moralidad falsa y falsificadora, todos los ardides de la técnica total del lavado de cerebro destinado a propiciar el conformismo. Pues resulta tan fácil condenar y rechazar nuestra época rebosante de acontecimientos apocalípticos y tanto más difícil resulta convivir con ella e incluso aceptarla y decir de ella con un esfuerzo espiritual valiente: es nuestra época, nuestra vida se refleja en ella. A todo esto, tengo la sensación de que el momento, el presente en el que -como en todo presente- el tiempo parece amontonarse, nos pide precisamente esta elección. Por el momento sólo vemos sus dolores de parto; el siglo se debate, enfermo, en su celda, lucha consigo mismo: ¿debe aceptar o rechazar su existencia propia, su forma de vida, su saber? Y mientras se revuelca atormentado se ve afectado ora por la violencia, ora por la conciencia de culpa paralizante, por la sublevación enfurecida o por los ataques escalofriantes de la impotencia depresiva. No posee la conciencia lúcida de su existencia , no conoce su objetivo ni su tarea en la vida, ha perdido la alegría creativa, su duelo edificante, su productividad. Se siente, en resumen, desdichado.

El ser humano debe encontrar el camino de vuelta a sí mismo, debe convertirse en persona e individuo en el sentido de existencia que tiene esta palabra. El ser humano no nace para desaparecer en la historia como pieza desechable , sino para comprender su destino para arrostrar su mortalidad y -ahora oirán de mí un concepto verdaderamente anticuado-para salvar su alma.

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