miércoles, 30 de mayo de 2012

Laia López Manrique

ENCIERRO

“Cada cosa, en cuanto está en ella, se esfuerza por perseverar en su ser”
(Baruch Spinoza)


Hay que estar aquí.
No en otro lugar.
Aquí. Donde el cuerpo
sin mancha abastece.
Donde basta una mano,
un ojo, para medir
la distancia que separa
la pared del suelo.
Aquí. Donde cae la tinta,
donde riega el sudor
y se encogen los pies
como pequeños animales
malolientes. Hay que estar aquí.
De pie. Encasillada, sin memoria,
en el caudal barroso.
Es decir, aséptico.
Aquí. Donde no hay sitio
para las voces.
Donde percute la espera
como una gota recia sobre el cráneo.
Donde todo amago de vida
se parece
a un ascensor que sube y baja
y a los contornos marrones
y al aire llagado
y a inscripciones hechas hechas con llaves
en la puerta.
Hay que estar aquí
y repetir como un conjuro absurdo
estas palabras, sin olvidar
que cada una de ellas
podría ser la última.

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